martes, mayo 13, 2014

TEATRO. Sobre algunas especies en vías de extinción. En las entrañas del “Café Voltaire”.


De José Ricardo Morales.
Con: Lucía Barrado, Vicente Colomar, Julio Hidalgo, Sara Sánchez, Rosa Savoini y Suso Sudón
Escenografía: Silvia de Marta. Vestuario: Ana Rodrigo.
Música y espacio sonoro: Irma C. Álvarez y Pilar Onares.
Dirección: Aitana Galán.
Madrid. Teatro María Guerrero. Sala de la Princesa.




Sale uno de ver este espectáculo con un sabor agridulce: exultante y avergonzado a un tiempo. Complacido y feliz por haber participado en una intensa y estimulante experiencia teatral, que además salda una deuda impagable con nuestro mejor teatro del exilio; y al mismo tiempo, avergonzado de una intelectualidad desmemoriada que en connivencia con las ignaras elites políticas y su cohorte de “favoritos” que pastorean el presupuesto para cultura desde las instituciones han consentido que transcurran más de treinta años de democracia para rescatar del olvido a uno de estos autores que constituyen el eslabón perdido en la cadena evolutiva de una modernidad teatral inaugurada por Lorca o Valle y truncada por la guerra y por cuarenta años de dictadura. En fin, más vale tarde que nunca.

Sobre algunas especies en vías de extinción (segundo espectáculo del ciclo sobre el autor que organiza el Centro Dramático Nacional), es una pieza breve de difícil clasificación. Aunque relativamente reciente, dentro de una considerable y variada producción dramática iniciada -¡ahí es nada!- en el año 1936, esta obra está impregnada del mismo afán de experimentación que animó a los movimientos de la vanguardia teatral europea, a cuya honda influencia, durante los primeros años de su exilio en Chile, los años de su formación, no podría sustraerse un escritor tan lúcido y culto como José Ricardo Morales. En esa línea de ruptura con el realismo, la pieza pulveriza el llamado pacto ficcional, o por mejor decir, lo transforma en uno de sus centros de interés temático, convirtiendo la acción en un sutil juego metateatral; en otro orden de cosas, estamos ante una débil, casi inexistente trama argumental, y apenas si tienen desarrollo psicológico los personajes. Unos caracteres de inspiración pirandeliana que son alternativamente personajes y actores y cuyas intervenciones no son las réplicas habituales de un dialogo teatral con alternancia de dos o más interlocutores, sino que obedecen al ritmo de una narración coral trufada de interpelaciones directas al espectador, de digresiones eruditas o filosóficas, de reformulaciones y de glosas sobre el contenido mismo de esas intervenciones, para matizarlas, corregirlas o parodiarlas, siempre mediante una prosa deslumbrante, pródiga de efectos de sentido y de juegos verbales, pero a la vez extraordinariamente precisa en la formulación de conceptos. Una expresión, en fin, depurada, tras años de exilio, de elementos costumbristas y de color local, que exhala, empero, un raro aroma arcaizante. Una teatralidad ingeniosa y compleja, como vemos, que constituye todo un reto capaz de poner en apuros al director más sagaz y experimentado.

Pues bien, cabe decir que la responsable del montaje, Aitana Galán, servida por un elenco entusiasta y entregado ha hecho una soberbia trasposición escénica de este raro espécimen de teatro que apenas si había tenido oportunidad de confrontarse con el público. La puesta en escena, a medio camino entre la velada dadaísta, la performance o el espectáculo de variedades, parece emanada de las entrañas del mismísimo “Café Voltaire”. Las luces hirientes sobre el rutilante teloncillo de fondo, la música en vivo y las proyecciones dan al montaje un aire de cabaret, con sus cocottes incluídas, embutidas, eso sí, en un vestuario estrafalario y absurdo, de tocados pintorescos y tintes un tanto fúnebres como corresponde a la situación: el chusco y accidentado relato de la asistencia de los cuatro protagonistas a un sepelio que constituye el mínimo hilo argumental de la obra. Todo transpira un aire de fiesta, de juego, de provocación, donde la verbalización pausada, exquisita y cuidadísima hasta una cierta solemnidad vacua, contrasta con una gestualidad hiperbólica y carnavalesca. Y la sobreabundancia de signos visuales y de efectos sonoros como metáfora precisamente de la hipertecnificación que amenaza con deshumanizar al hombre. En fin, el espectáculo total como burla de todo acto social, literario, artístico mediatizado por la técnica y condenado a ser mera apariencia de la realidad, mientras como explica el viejo profesor Merenciano “la presencia del hombre y la directa inmediatez de sus acciones o de sus ideas -¿entre ellas la idea misma de teatro?- se encuentra e vías de extinción”.

Gordon Craig.

CDN. Sobre algunas especies en vias de extinción.

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