martes, mayo 25, 2010

TEATRO. El oratorio de Aurelia. "Del asombro a la fascinación".


Creación y dirección: Victoria Thierrée Chaplin.
Intérpretes: Aurelia Thierrée y Jaime Martínez.
Diseño de luces: Laura de Bernadis y Philippe Lacombe.
Director técnico y maquinista: Gerd Walter.
XXVII Festival de Otoño en Primavera. Madrid. Teatro Español. 21 de mayo de 2010.


Oscuro. Silencio. Se hace la luz. Una sólida cómoda de nogal profusamente iluminada y situada en el centro de un escenario vacío. De pronto, un cajón se entreabre y de su interior emergen tímidamente los dedos de una mano; una mano suave y delicada que parece cobrar vida propia al contacto con la luz y decide curiosear por su cuenta el contenido de los restantes cajones, que abre y cierra con creciente exaltación extrayendo de su interior distintos objetos, incluyendo otras manos, pies y piernas que flirtean entre sí, que se rozan y se acarician, cual entes autónomos del cuerpo ¿único? al que pertenecen. Por fin una mujer consigue abrirse camino entre el laberinto de los cajones y aparece, radiante, con su elegante vestido negro y sus zapatos fucsia ante la mirada atónita de los espectadores.


A partir de este arranque inesperado, sorprendente, todo es posible y del asombro pasamos a la fascinación. Convocados por la llamada perentoria de esta niña traviesa que es Aurelia Thierrée, diversos objetos cobran vida propia sobre la escena en un permanente juego de inversión de la realidad que pone a prueba nuestra lógica de la percepción. Es un impetuoso carrusel de imágenes nacidas de la fantasía y, quizá, del subconsciente, que aceptamos de buen grado, porque vienen envueltas en el papel de regalo del gracejo y de la simpatía arrolladora de la protagonista. Y porque apelan a los universales del teatro, de la performance, del espectáculo de variedades, del teatro de calle, del guiñol y del más difícil todavía del espectáculo circense.

Y es que Aurélia Thierrée combina la agilidad del acróbata, el magnetismo del prestidigitador y la elegancia y la levedad de una bailarina, a lo que suma la pasión por la música y por el movimiento, y un curiosidad insaciable que la lleva a indagar en los enigmas del teatro “volviendo los misterios del revés”, podríamos apostillar, con palabras certeras de Pedro Salinas No se trata pues de una colección de viejos trucos de ilusionista. Todo el espectáculo rezuma fantasía y honda emoción, y una cierta nostalgia por el tiempo pasado; nace del asombro de esta etérea criatura de mirada dulce y soñadora decidida a explorar hasta el límite las posibilidades expresivas de la escena, también en su sentido físico, material; así, ante el más leve estímulo táctil o visual, de esta actriz portentosa, ante la fuerza irresistible de su encanto, el escenario entero, sus telones, la parrilla del telar, la tramoya, parecieran despertar de su letargo de siglos y cobrar vida propia revelándonos toda la capacidad de encantamiento que se esconde al otro lado de la batería, entre los pliegues de un telón de boca, tras la delicada figura de una sombra chinesca, o en la enigmática y rara belleza de un retablillo de títeres.

Junto a esa fuerza desatada de la naturaleza en la que se transforma Aurelia Thierrée evolucionando sobre el escenario, dándole la réplica, complementándola, y rivalizando con ella en facultades y desenvoltura cabe citar a su partenaire, el espléndido actor y bailarín Jaime Martínez, alguno de cuyos números son memorables; y, desde luego, un fabuloso backstage coordinado por el director técnico y maquinista Gerd Walter sin cuyo magnífico trabajo serían impensables muchos de los arriesgados y sorprendentes números de esta artista prodigiosa.

Gordon Craig.


Teatro Español. El Oratorio de Aurelia.

martes, mayo 18, 2010

TEATRO. Salle de fêtes. "Aquellos locos 70".


De: Macha Makeïeff y Jérôme Deschamps.
Con: Tiphanie Bovay-Klameth, Lorella Cravotta, David Dejardin, Catherine Gavry, Hervé Lassïnce y Pascal Ternisien.
Madrid. Teatros del Canal. 14 mayo de 2010.


A juzgar por el ensordecedor ruido de los percutores de los taladros cercanos pareciera que el edificio mismo que alberga esta destartalada sala de fiestas que recrea el montaje fuera a venirse abajo en cualquier momento. Mientras llega una inminente remodelación, o, en el mejor de los casos, su reconversión en “lofts” de alto standing para albergar a los yuppies de la cité, la encargada del local, la temperamental Lorella Cravotta tratará de mantener a flote in extremis lo que queda en pié del otrora glamuroso garito de alterne y de diversión. En el tiempo que le dejan libre el trato con los proveedores, su rivalidad con el empleado del ropero, o las trifulcas con la chica de la limpieza o con el argelino de las chapuzas, todavía hay lugar para soñar con un improbable espectáculo que devuelva al local su antiguo esplendor mientras se deslizan por la desgastada pista de baile los pies de los parroquianos espoleados por el desangelado sonido de viejas canciones.

Por un momento todo parece posible. Carentes del más mínimo sentido del ridículo, empleados y clientes ocasionales del “Macumba”, con la resoluta madame Cravotta a la cabeza se embarcan en la tarea de rememorar canciones de Nirvana, de los Bee Gees, de Prince o de Bob Marley que triunfaron en los años dorados del vinilo y que los sesentañeros recordarán con nostalgia. El resultado es de una comicidad desbordante. Inverosímiles versiones de El cóndor pasa, de Kiss o del incombustible Stayin’ alive, de los Bee Gees alternan con prodigiosas coreografías que parodian de manera inmisericorde la pasión desatada y el frenesí con la que se entregaban al baile los incondicionales de esta nueva religión laica, impelidos a partes iguales por ritmo trepidante de las guitarras y por el efecto estimulante del LSD.

Se trata de un espectáculo de buena factura, tanto en su concepto como en su ejecución; un tanto caótico y enloquecido, todo hay que decirlo, que hubieran podido firmar un improbable consorcio integrado por los chicos de Yllana y los no tan chicos integrantes de Tricicle y Els Joglars, uniendo a partes iguales, la guasa, la ironía y una probada capacidad para la imitación paródica; se sirve apoyado en una mínima trama argumental en la que se incardinan cuadros de varia factura cuyo denominador común es humor y la nostalgia por un mundo preterido que nos resistimos a olvidar del todo: un mundo poblado por el recuerdo agridulce de nuestras primeras citas que se asocia indefectiblemente a la melodía de ciertas canciones que alguna vez dieron forma a nuestros sueños.

Gordon Craig.


Teatros del Canal.Salle de fêtes.
Deschiens-et-compagnie.

martes, mayo 11, 2010

TEATRO. El ignorante y el demente. "La inteligencia, esa tortura".


De Thomas Bernhard.
Con: Josep Albert, Jesús Ruyman, Ana Caleya, Pilar Barrera y Paco Celdrán.
Compañía Galanthys Teatro. Dirección: Joaquim Candeias.
Corral de Comedias, Alcalá de Henares, 7 de mayo de 2010.


Es el de Thomas Bernhard un teatro difícil, -como su narrativa-, denso, torturado, con personajes en la frontera de la demencia, lúcidos intérpretes de la extrema decadencia intelectual y moral de la sociedad europea contemporánea, aherrojados a sus prejuicios de clase y aquejados de lo que con atinada expresión definiera Freud como “el malestar de la cultura”.


Como Ritter, Dene, Voss, la obra que comentamos indaga también en las relaciones de parentesco, en particular a cerca de la soportabilidad de la vida en común de los miembros de una misma familia, “esa amputación siempre abyecta del espíritu” (según el propio Bernhard). En esta ocasión, son padre e hija; ella es una diva de la ópera, una soprano especializada en el papel de Reina de la Noche, personaje de La Flauta Mágica, de Mozart, fría e indiferente; él un anciano enfermo, alcohólico, irascible y despótico. Entre ambos y sus turbulentas relaciones de dominio está el doctor, un médico forense, desequilibrado y dominado por su soberbia intelectual; en su papel se solapan dos discursos: el de la crítica de la cultura y su obsesión por la muerte, que se traduce en interminables y pormenorizadas descripciones de la técnica y práctica de la autopsia. Los tres desprecian por igual al público y a la crítica, a quienes tildan de ignorantes; paradójicamente ellos mismos se reconocen y declaran víctimas de la inteligencia -que no dudan en calificar de “tortura”- transmitiendo la impresión de que el mundo estuviera gobernado por una lógica implacable que conduciría al hombre a uno de los dos extremos a cual más horrendos: a la ignorancia o a la locura.


La puesta en escena es atinada y reproduce de manera estilizada los dos entornos donde se desarrolla la acción, el recoleto y pulcro interior de un camerino del teatro y el lujoso salón privado del exclusivo restaurante “Los Tres Húsares” donde los protagonistas celebran y paladean el éxito tras la función; vestuario y espacio escénico son fiel reflejo del refinamiento y del lujo del que se han sabido rodear estos seres de inteligencia privilegiada y notable fortuna. Meritoria es, asimismo, la labor de dirección que hace fluido un texto por lo demás denso, enjundioso y pormenorizado hasta la extenuación en las explicaciones del forense. Está muy bien marcado el contraste entre el primer y el segundo cuadro: el nerviosismo y la tensión de los prolegómenos y el tempo más relajado, lento, de la cena, la hora de las confidencias, de la decepción, de la sinceridad. Y notable también el trabajo de los actores; agotador el de Josep Albert para dar vida a ese diletante, locuaz y trastornado Doctor; espléndido el de Ana Caleya -familiarizada ya con el teatro de Bernhard-, que hace un trabajo antológico como desequilibrada e histérica prima donna; su pose hiperbólicamente afectada, sus ataques de nervios, sus aspavientos y su mirada gélida, ora escrutadora y desafiante, ora extraviada y absorta traducen un universo interior turbulento, caprichoso y enfermo.

Gordon Craig.

Corral de Comedias. El ignorante y el demente.

jueves, mayo 06, 2010

BLOGS. El señor enviñetado.


El señor enviñetado.



El señor enviñetado.


Gracias a Javi, que me ha enviado esta viñeta.

martes, mayo 04, 2010