viernes, marzo 21, 2014

TEATRO. La punta del iceberg. "Sálvese quien pueda".

De Antonio Tabares.
Con: Nieve de Medina, Eleazar Ortiz, Montse Díez, Luis Moreno, Pau Durá y Chema de Miguel.
Escenografía: Max Glaenzel
Dirección: Sergi Belbel.
Madrid. Teatro de la Abadía.



El trabajo bajo presión, la hostilidad entre los compañeros o, más recientemente, el acoso laboral -el tan traído y llevado mobbing-, no son nuevos ni en la vida real ni en los escenarios. Así, a bote pronto, se me ocurren dos espectáculos significativos que se internan en el proceloso piélago de las relaciones humanas en un entorno laboral de extrema competitividad: Glengarry Glen Ross de David Mamet (teatro Español, enero de 2010) y Contraacciones, Mike Bartlett (teatro María Guerrero, diciembre de 2011). En la primera los miembros de una oficina de ventas de propiedades inmobiliarias se despedazan entre sí en una feroz lucha por la supervivencia en un ambiente de hostilidad, mentiras, chantajes y corrupción; en la segunda, asistimos a un despiadado acoso, a una intolerable intromisión en la intimidad de Julia por parte de la implacable Directora Gerente de la compañía invocando unas infames cláusulas contractuales diseñadas para erradicar cualquier atisbo de relación afectiva entre los empleados de la empresa que pueda suponer una merma de su productividad.

La punta del iceberg, de Antonio Tabares, que ahora estrena el Teatro de la Abadía incide en esa mismas cuestiones y viene a poner al descubierto el deterioro que están experimentando las relaciones laborales en una sociedad tan altamente competitiva como la nuestra y a denunciar su profundo y palmario grado de deshumanización. Frente al carácter descarnado y cruel de las piezas de Mamet o de Bartlett esta obra de Tabares, no menos ácida y corrosiva que aquellas, tiene como notas distintivas un trasfondo y un sentido del humor genuinamente “nacionales”, lo que, por un lado confiere a toda la acción un rara sensación de cercanía y de familiaridad, y por otro, suaviza un conflicto por lo demás de tintes extraordinariamente sombríos. A ello habría que añadir -o quizá habría que haber empezado por aquí- los principales activos del autor: su habilidad para penetrar en el interior de los personajes y su talento para los diálogos, cifrados en un lenguaje de inusual plasticidad y viveza expresivas.

La obra dramatiza el proceso de investigación interna sobre tres casos recientes de suicidio de trabajadores de la empresa en cuestión y se articula en forma de entrevistas de la encargada de dicha investigación, una alta ejecutiva de la sede central en Londres, con directivos y trabajadores que han tenido relación con los suicidas. Ella será la encargada de romper esa especie de “omertá” que se ha instalado entre los trabajadores acerca de los hechos y del enrarecido ambiente de trabajo que reina entre los compañeros.

Sergi Belbel impone el ritmo y el tono adecuados a cada una de esas nueve breves escenas en que se estructura la acción, y el conjunto es un prodigio de equilibrio en la dosificación de la tensión dramática, habida cuenta la idiosincrasia de los entrevistados y que cada uno de ellos administra a su antojo su incomodidad, sus reticencias, su silencio, sus acusaciones, su ironía o sus explosiones incontroladas de cólera, desde la cálida acogida, la confianza y la camaradería de Carmelo Luis, el camarero (Chema de Miguel) a la actitud despótica, imperativa y hasta chulesca de Fresno (Eleazar Ortiz). El trabajo de los actores es, asimismo, espléndido, sin excepciones. Sofía Cuevas (Nieve de Medina) resulta ser una sagaz y paciente entrevistadora; resuelta, desinhibida, parece más segura de sí misma de lo que en realidad está, pues también pierde ocasionalmente los papeles y se deja seducir por la nostalgia de su pasado con Alejandro (Pau Durá); es consciente del efecto que causan en los demás su cargo y sus interminables piernas embutidas en una estrecha falda lápiz a juego con la chaqueta impecable que viste. Respecto al tal Alejandro es un randa de siete suelas, al abrigo que le proporciona su pertenencia al comité de empresa es el que se permite llegar más lejos en su denuncia de las condiciones infrahumanas de trabajo impuestas por Fresno, aunque ha asimilado la inutilidad del sindicato que apenas si sirve para firmar algún que otro manifiesto y protagonizar inoperantes sentadas. Cínico, extrovertido y viva la Virgen protagoniza con Sofía, a cuento de su pasada relación sentimental, las escenas de más alto voltaje de la obra. Jaime (genial Luis Moreno) es un cantamañanas, un trepa sin escrúpulos dispuesto a todo por mantener el escalafón; es un profesional del “sálvese quien pueda” y quien arranca las más sonoras carcajadas del público.
Introvertida y celosa de su intimidad, lo que la ha hecho acreedora del apelativo de “rara” entre sus compañeros, Gabriela (Montse Díez), parece a punto de ser superada por los acontecimientos (no en vano ella mantenía una relación íntima con Miralles, uno de los suicidas), en sus dos conversaciones con Sofía hace perfectamente visible toda la presión que está soportando, y su inseguridad y ciertos síntomas de desequilibrio que nos hacen temer lo peor durante la escena -¡espléndida!- de la azotea.

Gordon Craig.

La punta del iceberg. Teatro de la Abadía.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No es un estreno en toda regla, ya que se estrenó en Canarias y todavía siguen en gira. Por cierto muy acertado el montaje de la compañía canaria.