lunes, diciembre 02, 2013

TEATRO. Penal de Ocaña: "Palabras verdaderas".

De María Josefa Canellada.
Dramaturgia y dirección: Ana Zamora.
Compañía Nao d’amores.
Con: Elena Rayos e Isabel Zamora.
Arreglos y dirección musical: Alicia Lázaro.
Madrid. Sala Kubik Fabrik

Penal de Ocana
            

“Mientras tenga este fondo insobornablemente mío”.

En este tiempo de medias verdades, de ocultación o enmascaramiento sistemático de la realidad, de sumisión a la tiranía de lo políticamente correcto, de frivolidad, de moral utilitaria y acomodaticia, en suma, este nuevo espectáculo de Ana Zamora destila el inconfundible aroma de lo auténtico. La experiencia terrible, en un hospital de sangre desde el otoño del 36 al verano del 37, vivida -y aceptada-, por una joven estudiante de letras, que narra Penal de Ocaña, nos induce a la reflexión serena y nos embarga con la emoción profunda que sólo pueden provocar en el ánimo las palabras verdaderas. Porque hay un fondo incontestable de verdad en ese desgarrador testimonio de unos días aciagos que constituye el texto original, biográfico, de María Josefa Canellada, testimonio de una experiencia vivida desde la lucidez, desde la consciencia plena de la magnitud del horror y desde la aceptación responsable de su nuevo e impostergable deber de ayudar a las víctimas.

Articulado en una sucesión de escenas que se correspondería con las sucesivas entradas de su diario, el espectáculo discurre a buen ritmo mostrando entre fugaces estampas del Madrid de la época, con sus tranvías atestados, el bullir de soldados o el fragor de las bombas, durísimas escenas que reflejan la atención a los heridos, su sufrimiento, su muerte y su vela en la soledad del depósito de cadáveres. Y colándose por entre los intersticios de esa crónica de la privación, del dolor y de la muerte, afloran los retazos de una cotidianidad -el trabajo académico, la preocupación por sus hermanos en el frente, la correspondencia con amigas o profesores-, truncada por el devenir de la guerra; y la pena y la honda sensación de tristeza; y el grito de rebeldía, ante tanta y tan injustificada barbarie, de una mujer que se niega a compartir el odio que se predica a los combatientes y a aceptar que cualquier causa por elevada que parezca merezca cobrarse el precio de una sola vida. Porque uno de los aspectos más sorprendentes de este ejemplar testimonio es precisamente la singularización o la personalización de la muerte; no son las cifras, la fría estadística lo que cuenta, sino cada muerte individual, hondamente sentida como propia: “¿Tú comprendes, Luisilla? (...) Verdad que tú comprendes esto que les extraña a todos, que yo llore por uno cualquiera, cuando se mueren los hombres a montones?”

Como en anteriores montajes de Ana Zamora, la música cobra también en éste un papel primordial. En esta ocasión es un piano en directo (al teclado Isabel Zamora, “partenaire” ocasional de la protagonista) el que dialoga permanente con la palabra, bien en forma de efectos especiales, o ilustrando algunos pasajes, o coloreándolos de ciertas tonalidades indispensables para la creación de la adecuada atmósfera emocional. El protagonismo, de todos modos, es para la palabra, una palabra de manantial claro y transparente, exacta en la descripción de los hechos, recia en la pintura del dolor y desgarrada en la evocación de la pena; ora ceñida a la sobriedad de la idea ora más libre y enderezada a la evocación y al vuelo poético.

Espléndida la dramaturgia y eficacísima la labor de dirección escénica, meticulosa y atenta a un sin fin de detalles nimios sólo en apariencia que delatan una exquisita sensibilidad femenina. La iluminación y el vestuario coadyuvan con la música a evocar el ambiente de la época y la lóbrega atmósfera en blanco y negro del penal, aunque el protagonismo indiscutible es para el trabajo actoral de una Elena Rayos pletórica de energía desde el momento en que irrumpe en escena como un auténtico ciclón encarnando a una joven entusiasmada con la perspectiva de su primera noche de guardia en el hospital. Con su media melena y su desaliñado atuendo negro acierta a dar con un tipo físico que se nos hace familiar desde el primer momento, un tipo que se aviene con el carácter reflexivo y jovial, con la vehemencia, con la vitalidad y con la pasión del personaje. Sería imposible dar cuenta aquí de la riqueza de matices que incorpora en su proceso de caracterización, pero lo que resulta indiscutible es que sabe pulsar la fibra más sensible del espectador y lo subyuga arrastrándolo en su complejo itinerario vital y existencial, obligándole, obligándonos, de grado, a seguirla en sus efusiones cordiales, en sus raptos de angustia, en su indignación por la indiferencia ante el dolor, o en su abnegada y generosa entrega al cuidado casi maternal de los heridos.

Gordon Craig.

Penal de Ocaña. Sala Kubik Fabrik.
Próximamente en el Corral de Comedias de Alcalá de Henares.

No hay comentarios:

Publicar un comentario