miércoles, abril 04, 2012

TEATRO. Ensayando El Misántropo. "Entre bastidores".


De Luis D’Ors.
Con: Cecilia Solaguren, Juan Ceacero, Camilo Rodríguez, Rafa Núñez, Asier Tartás, Teresa Hurtado de Ory, Natalia Barceló y Ricardo Reguera.
Dirección: Luis D’Ors.
Madrid. Teatro de la Abadía.


No es difícil reconocer en Max, Bárbara, Cati o Teo a sus homólogos Alceste, Celimena, Elianta o Filinto, protagonistas de El Misántropo, a cuyo ensayo general, al parecer, hemos sido convocados los espectadores. Y no es poco mérito, que tras la drástica traslación espacio-temporal a la que son sometidos los conflictos principales que aborda la obra de Molière (al menos los de índole más personal), se conserven casi intactos. Ello demuestra dos cosas, la primera, que la naturaleza humana o, más concretamente, los motivos que inventamos para justificar algunas de nuestras más insensatas decisiones -llámense tales motivos envidia, orgullo, vanidad o despecho-, no parecen haber cambiado gran cosa desde hace casi cuatro siglos; y la segunda, la sagacidad de Luis D’Ors para trasvasar a un contexto diferente, actualísimo y perfectamente reconocible ese complejo entramado de intereses disfrazado de afectos y de una hipócrita cortesía que gobierna las relaciones humanas.

Más que a un ensayo propiamente dicho, a lo que asistimos en realidad es a un cóctel promocional del espectáculo tras la supuestamente exitosa finalización del ensayo general de la obra, en el que público y actores se confunden en un totum revolutum que despista un poco al respetable, con algunas acciones espurias, (¡Luego te veo!; ¡Llámame! ; ¡Hombre! ¿Qué tal te va?, etc. etc), con corrillos que se forman y se deshacen y actores que se pasean por entre el público con copas y canapés contándose su vida y milagros e inquiriendo acerca de futuros proyectos. El “happening” afortunadamente va dando paso a escenas cada vez más largas y enjundiosas en las que entre bromas y veras se va revelando la verdadera naturaleza de las relaciones que mantienen los actores y las circunstancias, durísimas, en las que surgen y se desarrollan los proyectos en los que están incursos, siempre pendientes de la subvención, o del gancho de ciertos actores o actrices de “éxito”, o de la presiones de los representantes y de sus recomendaciones, que las más de las veces obedecen a intereses inconfesables.

La obra discurre a una velocidad endiablada; si a esto unimos la extrema movilidad de los actores por todo el recinto -una especie de gimnasio o cancha deportiva reconvertida en sala de ensayos- y la simultaneidad de muchas acciones, el resultado es de vértigo y terminas por verte literalmente sumido en la vorágine de rivalidades, doblez, celos profesionales, flirteos y mezquindad, que parece ser el hábitat natural de la profesión actoral, ese “infierno” del que desea a toda costa escapar Max; aunque también es probable que su intransigencia y su aversión hacia sus compañeros sólo sea una ataque pasajero de sinceridad, de misantropía, y que “mañana -como dice Jon, el productor,- todo vuelva a la normalidad”.

Como ya hiciera Alberto Miralles allá por el año 1983 en Céfiro agreste de olímpicos embates (desarrollada en torno a los avatares del ensayo de una pieza de Calderón, un auto sacramental por más señas), Luis D’Ors presenta una incisiva reflexión sobre el mundo del teatro y sobre lo que se cuece entre bastidores; sobre la pureza y la búsqueda de la verdad en la actuación, y en la vida, tantas veces sacrificada al Moloch del dinero o del éxito fácil; una denuncia de la impostura y de la mediocridad escondidas tras la pantalla de la complacencia y de una mal entendida camaradería, llevada adelante con brío y con un notable despliegue de imaginación y energía. ¡Bravo!  

Gordon Craig.

Gordon Craig en el Diario de Alcalá.

Teatro de la Abadía. Ensayando El Misántropo.

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