viernes, mayo 08, 2009

TEATRO. Avaricia, lujuria y muerte. "Entre el ritual y la carnavalización".

De Ramón María del Valle-Inclán.
Con: Elena Rayos, Iñaki Rikarte, Juan Codina, Lucía Quintana, Juan Antonio Lumbreras, Nerea Moreno, Marcial Álvarez y otros.
Dirección: Ana Zamora, Alfredo Sanzol y Salva Bolta.
C.D.N. Teatro Valle-Inclán.




Integran este espectáculo tres de las cinco piezas que Valle agrupó bajo el título genérico de Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte, en concreto: Ligazón, dirigida por Ana Zamora, La cabeza del bautista, dirigida por Alfredo Sanzol y La rosa de papel, que corre a cargo de Salva Bolta.

Las tres hurgan con el escapelo de la sátira vitriólica de Valle-Inclán en dos de las heridas que más dolorosamente llagan nuestra buena conciencia y nuestra creencia falaz en la bondad de los seres humanos; dos vicios, la avaricia y la lujuria, que desde los estratos más profundos y arcaicos de nuestra naturaleza donde se aloja la irracionalidad gobiernan nuestros actos inclinándolos con frecuencia a un funesto desenlace. Son tres piezas breves, y por eso más contundentes, en las que una mínima anécdota encierra un conflicto trágico. O tragicómico, si se prefiere, atravesado como está su desarrollo por un violento impulso de deformación grotesca, de esperpentización o, como ha dicho algún crítico, de carnavalización.

Si algo pone de manifiesto este montaje es el enorme potencial poético y la extraordinaria vitalidad de la dramaturgia valleinclanesca susceptible de interpretarse desde presupuestos estilísticos muy diferentes, de deformarse, de parodiarse, o de someterse a un riguroso tratamiento de estilización en un proceso permanente de recontextualización que él mismo alentó desde su escritura caudalosa, polimorfa, dialógica, pródiga en intertextualidad. Y es que, en efecto, conviven en este espectáculo sin desentonar, antes bien, potenciándose cada una de ellas por contraste con las otras, tres poéticas escénicas perfectamente diferenciadas: el acendrado esteticismo plástico de Ana Zamora y su etéreo universo de transparencias, sombras chinescas y siluetas en penumbra disueltas en una atmósfera espectral; el trazo costumbrista de Alfredo Sanzol que dibuja una hilarante estampa castiza con trasfondo de aguafuerte goyesco, o el recio expresionismo de Salva Bolta que deriva por los derroteros de la farsa truculenta.

El primer trabajo, el de Ana Zamora, dispensa a los caracteres una mirada más humanizadora y preserva quizá mejor que los otros esa aureola entre mágica y mística que bendice a muchos personajes valleinclanescos apoyada en un trabajo espléndido de los actores, en particular de Elena Rayos en el papel de La Mozuela; Alfredo Sanzol exhibe una musa más sainetesca aunque no pierda por ello su montaje un ápice de su intencionalidad satírica; se llevan el protagonismo La Pepona (Lucía Quintana), una hembra despampanante, resuelta y enamoradiza y don Higi (estupendo Juan Codina) un mamarracho enjuto, acartonado, codicioso y siniestro. Por último, Salva Bolta descoyunta los moldes de la farsa convirtiendo a los personajes en un coro de fantoches deformes y comadres empingorotadas del que sobresalen un bestial Simeón “el Julepe” (Marcial Álvarez), una especie de dios Pan de poderoso torso desnudo, mirada lúbrica, ademanes torpes y voz cavernosa y La Encamada (Nerea Moreno) una valkiria de opereta, que entrega su alma entre espasmos y lamentaciones y que aparece después en su lecho mortuorio revestida de la belleza trémula e incorruptible de una santa con atuendo prostibulario.

Gordon Craig.

Avaricia, lujuria y muerte en el Teatro Valle Inclán.

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